Primera

Verdaderamente Hijos de Dios

Reflexión sobre Juan 1:12-13

«Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.» 

Introducción: 

Este pasaje nos revela uno de los mayores privilegios del Evangelio: no solo ser perdonados, sino ser adoptados como hijos de Dios. Juan nos enseña que esta nueva identidad no proviene de la naturaleza humana ni del esfuerzo personal, sino de un acto divino de gracia.

  1. Recibir a Cristo es aceptar su señorío.

Recibir a Jesús no es solo creer que Él existe, sino abrirle el corazón, rendirle la voluntad y permitirle reinar en nuestra vida. Muchos quieren sus bendiciones, pero pocos lo reciben como Señor. Sin embargo, solo quien lo recibe con fe genuina puede disfrutar del poder transformador de su presencia.

  1. Creer en su nombre es confiar plenamente.

Creer en el nombre de Jesús implica reconocer su autoridad y descansar en su obra redentora. No es una creencia superficial, sino una fe que cambia nuestra manera de vivir. Creer en su nombre es depender de su gracia y no de nuestras obras o méritos.

  1. Ser hijo de Dios es un nuevo nacimiento espiritual.

Juan aclara que esta filiación no se hereda ni se logra por esfuerzo humano. Es una obra del Espíritu. Dios nos hace nacer de nuevo, nos da su naturaleza, y con ella, una nueva identidad: somos parte de su familia eterna.

Conclusión: 

Ser hijo de Dios es el mayor regalo que el ser humano puede recibir. No depende de linaje, religión o esfuerzo, sino de una decisión divina que se activa al creer y recibir a Cristo. ¡Qué honra tan grande! Ya no somos extraños ni esclavos, sino hijos amados del Padre celestial. 

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